El historiador romano Tácito nos muestra la figura de Lucio Anneo Séneca entre los libros XII y XVI de sus Annales. La imagen que el escritor nos transmite de este personajes es la de un hombre controvertido que destacaba por su elocuencia y honorable bondad, un hombre al que Agripina trajo del destierro, creyendo que así conseguiría su apoyo incondicional, y en su lugar siempre veló por el bien del emperador. Según este relato, Séneca no solo antepuso las ansias de la madre de Nerón al buen gobierno, sino que también protegió al emperador de ellas.

El ingenio apacible del filósofo estoico y su gran capacidad para la oratoria también le granjeó popularidad entre el pueblo y fue admirado por la educación que proporcionaba al joven Nerón. Sin embargo, cuando Séneca y Burro se convierten en los principales consejeros del príncipe, complementando uno las virtudes del otro, estos se vuelven el foco de la asechanzas de Agripina que intenta degradar a ambos por todos los medios. Si bien, según nos cuenta Tácito, a ambos consejeros manipulación y abuso de poder no les faltaban, en la mayoría de los casos las acusaciones fueron del todo exacerbadas. Séneca fue acusado de corromper la juventud con sus viles enseñanzas, ser un adúltero y comportarse de forma hipócrita frente a la filosofía que el mismo predicaba, por su exagerada riqueza.

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Busto imaginario de Séneca en mármol, elaborado en el siglo XVII. Museo del Prado. Fuente

Con la madurez del emperador y la constante influencia de Agripina, las relaciones de Séneca y Burro con el príncipe se fueron debilitando y la muerte de Bruto acabó por desencadenar la decadencia del filósofo entre un cúmulo de nuevos y nefastos consejeros. En este momento, el emperador Nerón que nos muestra Tácito es una figura manipuladora e insidiosa, que ha aprendido mucho de su maestro pero que no posee ningún tipo de escrúpulos a la hora ejercer su ley.

El punto de inflexión en la figura de Séneca, transmitida por el historiador, se produce cuando Romano acusa al filósofo de estar inmerso en una conspiración con Cayo Pisón, momento en el cual Séneca pide retirarse a una finca alejada y, como no se le concede, finge mala salud y no abandona su habitación. Tácito nos cuenta que además se rumorea un intento de envenenamiento por parte del emperador que no surte efecto por los sencillos hábitos de alimentación del filósofo. Cuando Natal delata definitivamente a Pisón y Anneo Séneca, tiene lugar su condena a muerte. En estos últimos momentos de su vida se nos muestra a un Lucio Anneo Séneca decido a suicidarse, que afronta su muerte con total estoicismo y no teniendo otra cosa que dejarle a sus amigos les deja su recuerdo, pues es consciente de su fama e importancia. Finalmente, Séneca se corta las venas junto con su esposa Paulina que por decisión propia, aunque por orden de Nerón no termine sucediendo, decide compartir destino con su esposo antes que lamentar su muerte. Tácito nos cuenta que tras cortarse las venas de brazos y piernas e ingerir un veneno, metiéndose en la bañera mientras ofrecía una libación a Jupiter Liberador, fallece.

La vida de Séneca el Joven fue una de las más influyentes del siglo I e.c., filósofo estoico y firme defensor de la República, cuando esta ya había caído en la mayor decadencia y Roma se encontraba sumida en plena época imperial. La mayor parte de la información que sabemos sobre este autor y que se ha expuesto anteriormente pertenecen a los Annales de Tácito, sin embargo el fragmento en el que se narra su muerte es el más duro e impactante de este personaje. Por esta razón, he decidido compartirlo a continuación para fascinación y disfrute del lector:

«Sigue la muerte de Anneo Séneca, la que más gustó al príncipe, no porque hubiera comprobado su implicación en la conjura, sino por poder atacarlo con la espada cuando el veneno no le había dado resultado.[…] Él, impasible, pide las tablillas de su testamento; y, al no permitírselo el centurión, se volvió hacia sus amigos y declaró que, como se le prohibía darles las gracias por todo lo que habían hecho por él, les dejaba lo único que le quedaba ya y que, no obstante, era lo más hermoso: la imagen de su propia vida; si conservaban el recuerdo de ella, conseguirían la fama de las buenas artes como fruto de su firme amistad. Al mismo tiempo trata de cambiar sus lágrimas en fortaleza, unas veces conversando con ellos y otras preguntándoles, de forma más tajante y en tono de reproche, dónde quedaban los preceptos de la filosofía, dónde aquellos argumentos, durante tantos años meditados, para enfrentarse a lo irremediable. Pues ¿quién desconocía la crueldad de Nerón? En efecto, les decía, tras haber matado a su madre y a su hermano, ya no le quedaba más que añadir el asesinato de su maestro y preceptor. Cuando, dirigiéndose a todos, terminó de exponer estos razonamientos y otros parecidos, abraza a su esposa y, un poco emocionado a pesar de la fortaleza de la que daba prueba, le ruega encarecidamente que modere su dolor y no lo haga durar para siempre, sino que, teniendo presente su vida, transcurrida en la virtud, aprenda a sobrellevar la falta de su marido con honestos consuelos. Pero ella afirma estar decidida a morir también y reclama una mano que la hiera. Entonces Séneca, por no privarla de ese honor y también por amor, a fin de no dejar expuesta a las injurias a la que quería más que a nada, le dijo: «Yo te he mostrado los atractivos de la vida, pero tú prefieres el honor de la muerte; no voy a mirar tu ejemplo con malos ojos. Que la firmeza de un desenlace tan valiente como éste sea igual para ambos, pero que haya una gloria mayor en tu final». Después de esto, se abren por el mismo sitio las venas de los brazos. Séneca, como su cuerpo ya anciano y extenuado por la escasa alimentación dejaba salir la sangre lentamente, se hizo abrir también las venas de las piernas y las de la parte posterior de las rodillas. Agotado por crueles tormentos, para no quebrantar con su dolor el ánimo de su esposa y para que tampoco él, viendo los sufrimientos de ella, pudiera llegar a no soportarlo, la convence para que se retire a otra habitación. Y haciendo alarde de elocuencia hasta en sus últimos momentos, llamó a sus secretarios y les dictó todo aquello que, por estar publicado con sus propias palabras, me abstengo de reproducir.»[…] En efecto, como el vulgo es dado a creer lo peor, no faltaron quienes pensaron que, mientras tuvo miedo de un Nerón implacable, buscó la fama compartiendo la muerte con su marido; pero después, cuando se le presentó la esperanza de un porvenir más clemente, se dejó vencer por los atractivos de la vida. Siguió viviendo unos cuantos años más, siendo de alabar el recuerdo hacia su marido y habiendo adquirido su rostro y sus miembros tal grado de palidez, que era notorio que una gran parte de su espíritu vital había salido fuera de ella. A todo esto Séneca, como aquel trance se prolongaba y la muerte tardaba en llegar, ruega a Estacio Anneo, en quien confiaba desde hacía mucho por su fiel amistad y por sus conocimientos de medicina, que le alcance un veneno preparado de antemano, como el que se empleaba para hacer morir a los atenienses condenados en juicio público. Cuando se lo trajo, lo apuró sin que le hiciera efecto, pues tenía ya los miembros fríos y su cuerpo era insensible a la acción del veneno. Finalmente entró en un baño de agua caliente y, salpicando a los esclavos que tenía más cerca, dijo que ofrecía aquella libación a Júpiter Liberador. Luego se metió en la bañera y el vapor lo mató. Fue incinerado sin ninguna ceremonia fúnebre. Así había dejado escrito en unos codicilos en los tiempos en que, a pesar de ser todavía muy rico y muy poderoso, se preocupó de sus últimos momentos.»

 

Bibliografía

Tácito. 2017. Anales traducción y notas de Juan Crescente López. Madrid: Alianza Editorial.