El período que va desde la muerte de Alejando Magno, en el 323 a.e.c., hasta la victoria del emperador Augusto sobre Marco Antonio en Accio, el 31 a.e.c., se ha etiquetado bajo el término de “helenístico” por la erudición moderna. En este momento Alejandría se convirtió en el centro intelectual más importante de la antigüedad gracias a la gran biblioteca y al Museo que fundaron los reyes. Uno de los poetas activos en la primera mitad del siglo III a.e.c. fue Calímaco. 

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Imagen de Alejandro Magno perteneciente al mosaico de Issos del siglo I d.e.c.

Se cuenta que Calímaco habia nacido en la antigua colonia doria de Cirene, donde posiblemente se formó y vivió los primeros años de su trayectoria literaria. Posteriormente, el Suda lo sitúa ejerciendo de maestro en un barrio de Alejandría, ciudad donde entraría en contacto con la corte de los Ptolomeos y con el Museo. Allí, en la Biblioteca de Alejandría, comenzaría una de las etapas más importantes de su vida. El autor de Cirene sería un gran colaborador de la Biblioteca y maestro de figuras clave del momento, tales como Apolonio de Rodas, Aristófanes de Bizancio y Eratóstenes

Respecto a su vida y producción literaria, las fechas son realmente imprecisas y en muchos casos hipotéticas y sujetas a conjeturas. Se estima que vivía aún en la época en que Berenice, la hija del rey Magas, y el futuro Ptolomeo III se casaron para así resolver el conflicto entre Cirene y Alejandría; debido a que dos de sus composiciones tuvieron lugar poco tiempo después: El rizo y La Victoria de Berenice. Así, su nacimiento pudo haber tenido lugar a finales del s.IV a.e.c. y su carrera en Alejandría prosperó primero gracias a Ptolomeo II Filadelfo y luego llegó a su culmen con Ptolomeo III Evérgetes. En relación a sus circunstancias vitales, no hay constancia de que esa transitoria pobreza de la que se habla sea algo más que deducciones de sus biógrafos o un simple recurso de hipérbole; además en uno de sus poemas, el epigrama XXXV, se nombra a sí mismo como Batíada, lo que algunos estudiosos atribuyen a que el nombre de su padre era Bato y otros a que el poeta está aludiendo al legendario fundador de Cirene como su propio antepasado. Él, como continuador de Filitas, fue la combinación perfecta de “poeta estudioso”. Precisamente a este autor lo presenta en el prólogo de sus Aitia. Los escasísimos restos de la poesía de Filitas producen la impresión de que supo ser comedido en el uso de «lo exquisito». Nada poseemos de ellas, pero nos vemos ya aquí enfrentados con la discutida cuestión de si la literatura helenística cultivó ya aquella elegía subjetivo-erótica que vemos conclusa en la poesía romana. Sin embargo, no hay que olvidar que del epigrama helenístico a la elegía se hacen perceptibles claras conexiones argumentales, aún cuando haya que admitir que la intensidad del sentimiento es también distinta en lo romano.

La obra de Calímaco debió ser enorme y seguramente desproporcionada, debido a los restos que se han conservado; la enciclopedia bizantina Suda proporciona una cifra de más de 800 volúmenes.

En el campo erudito y como resultado de su labor en la Biblioteca de Alejandría destacaban los extensos Catálogos o Tablas y además una serie de serie de estudios monográficos de diversa temática de los que conservamos algunos títulos (Sobre juegos deportivos, Sobre usanzas de los pueblos bárbaros, Sobre vientos, Sobre aves, Denominaciones nacionales, Nombres locales de meses, Sobre Ninfas, Sobre los ríos del mundo, Contra Praxífanes y una Colección de Portentos).

Su producción en verso a pesar de que no fue tan amplia, sin embargo si fue enormemente variada. El poeta cirenaico escribió Himnos, Aitia (el más extenso, hoy se numera en aproximadamente en 4.000 versos divididos en 4 libros), Yambos, Canciones o poemas líricos, Hécale, Epigramas; y quizás también el poema de discutida autoría Ibis.

Los 6 Himnos constituyen, junto con los Epigramas los textos mejor transmitidos, ya que se hallan casi totalmente íntegros. Sus principales problemas son extraliterarios, ya que la polémica gira en torno su religiosidad y su hipotética relación con el culto; pues algunos expertos de forma radical postulan que para los ilustrados alejandrinos ésta era una materia meramente poética y una creencia muerta. Lo que sí está claro, es que en los Himnos existe una forma peculiar de tomar la mitología al servicio de criterios estéticos y narrativos, lo que tampoco excluye una mezcla entre religiosidad oficial y creencias reales.

Los Epigramas abordan una gran diversidad de temas como el amor, los epitafios, las ofrendas,… e incluso el programa poético de Calímaco; algo habitual de su época. Nos han llegado en su inmensa mayoría gracias al manuscrito de la Antología Palatina a través de Meleagro y Constantino Céfalas. Reaparecen, con variada acentuación en el ingenio, temas como la inscripción sepulcral, la dedicatoria, ofrendas… Podemos atribuir una buena parte de los epigramas de asunto ligero a la juventud del poeta, cuando la amistad y el amor le ayudaban a soportar la pobreza, pero indudablemente la poesía de este tipo le acompañó hasta avanzada edad.

Aitia es la obra más ambiciosa de Calímaco y a la que posiblemente dedicó toda su vida, en ella se exponía de forma práctica los preceptos del programa calimaqueo y constituyó un texto determinante para la poesía posterior. Su característica más unitaria es la constancia del ritmo elegíaco; pues a pesar de parecer en un principio la etiología el tema dominante, conforme avanza este precepto se muestra más elástico y algunos lectores podrían ver en esta obra una miscelánea carente de unidad interna. Esta obra tenía un prólogo que consistía en la defensa del poeta contra sus adversarios a quienes presenta como telquines, unos duendes malignos. La obra en sí esta constituida por etiologías de la temática más diversa, descripciones de estatuas, elegías eróticas e, incluso, un misterioso pasaje sobre la invención de la ratonera.

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Papiro del siglo II d.e.c. que contiene un fragmento de Aitia (fr. 178 Pf.)

Lo que se conserva de los Yambos viene dado por citas y precarios fragmentos de papiro, razón por la cuál nos cuesta imaginar el contenido total de la obra que algunos llegan incluso a situar con las Canciones como parte de un conjunto. Sin embargo, juzgando los 13 yambos que conservamos este conjunto representa una obra muy personal con fechas totalmente inciertas; estas composiciones yámbicas son respetuosas con las características clásicas del género, al mismo tiempo que añaden matices lingüísticos y una amplia variedad de temas, enmarcados en la polémica de la libertad del poeta para la elección de géneros frente a las viejas restricciones.

Hécale es un poema épico escrito en hexámetro dactílico y que rondaba en su día los 1.000 versos de extensión; aunque consta que Calímaco había compuesto también uno llamado Galatea, no llegó a alcanzar la fama de éste otro. Hécale narra la captura por Teseo del famoso toro de Maratón; centrándose en el episodio en el cuál una anciana llamada Hécale le ofrece acogerlo en su cabaña, muere de forma inesperada y Teseo agradece su hospitalidad lo que proporciona el dato etiológico. Esta obra destaca por desplazar la gesta heroica y el héroe tradicional para resaltar un episodio y a un personaje marginal.

De los restantes poemas en metro épico o elegíaco de los que conservamos rastros, sólo conocemos parcialmente el Epinicio a Sosibio, que celebraba la victoria en la carrera de carros en las Ístmicas y Nemeas. Muy poco sabemos del poema Ibis. Fue una obra no conservada, en la que supuestamente se inspiró Ovidio para su composición homónima y que según el Suda expresaba parte del programa calimaqueo, atacaba a Apolonio de Rodas, iniciando la tradición de polémica entre él y Calímaco que hoy es más que dudosa. Galatea, poema en hexámetros, debía tratar de las Nereidas. Tenemos una Elegía a Magas y Berenice y el Poema a la boda de Arsínoe que permanece en la más absoluta oscuridad.

Así pues, el trabajo de Calímaco como erudito y filólogo debió ser magistral y concienciuda, un modelo de pensador sensible y disciplinado; como diría Estrabón de Filetas «poeta al mismo tiempo que estudioso», una combinación ideal para los nuevos tiempos que corrían y digno continuador de autores como este último y Zenódoto. Todas estas características situan a éste como uno de los mejores autores del momento, maestro de una generación y un referente para los siglos posteriores. Su obra literaria, marcada por su agresividad verbal y su talante personal, orientó las preferencias estéticas del alejandrinismo y moldeó la helenística por varios siglos. Sin duda, Calímaco destaca como un poeta mas cerebral que sentimental.

La obra del poeta de Cirene demostró que en el arte importan menos los temas que la maestría con que se expongan y creó una nueva corriente donde el leitmotiv fue la libertad del poeta como genio creador. Además, los numerosos descubrimientos sobre papiros indican que fue leído durante siglos con enorme interés, llegando Hécale y Aitia a conservarse íntegros aún en época bizantina, y tuvo una influencia fundamental desde sus contemporáneos hasta los mejores poetas griegos y romanos. Sus elegías fueron leídas especialmente por estos últimos; Ovidio lo convierte en su principal musa, Quintiliano lo considera «el príncipe de la elegía», Popercio se considera a sí mismo como «el Calímaco romano», y muchos otros como Ennio, Catulo, Tibulo, Estacio e, incluso, Horacio y Virgilio se inspiraron en el poeta de Cirene.

 

Bibliografía:

-J.A. López Pérez (Ed.). Historia de la literatura griega. Madrid. Editorial Cátedra. 2008.

-Vicente López Soto. Diccionario de autores, obras y personajes de la literatura griega. Barcelona. Editorial Juventud S.A. 2003.

-Luis Alberto de Cuenca y Prado y Máximo Brioso Sánchez. Calímaco:Himnos, epigramas y fragmentos. Madrid. Editorial Gredos. 1980.

Albin Leskin. Historia de la literatura griega. Madrid: Gredos. 1976